Saturday, June 1, 2013

Una imagen vale mas que mil palabras... ni de coña.

Hace ya casi dos meses que regresé. A veces verdaderamente dudo de si alguna vez salí de Nueva York con esta Vulcan 500, crucé Centro y Sudamérica y llegué hasta el final de la carretera, en Ushuaia. La vida aquí en Nueva York no es muy distinta a cuando me fui. Pero poco a poco me voy dando cuenta de todo lo que ha cambiado en mí debido a esta experiencia. Por si acaso, he decidido editar un video que me recuerde que sí estuve allí. Que sí conocí a esas personas. Que sí decidí salir de la burbuja de la comodidad y salir a afrontar lo desconocido. Este vídeo es, innegablemente, una tremenda masturbación mental. Pero es, también, sincero. Muestra una pequeña parte de lo que viví y lo hice no solo para deleite de mi lamentable ego sino para compartir mi experiencia y como forma de agradecimiento a todos los que la hicieron posible.

Creo que cuando escribo soy un pelín mas cínico de lo que realmente soy. Y cuando edito mis vídeos soy un pelín mas sensiblero de lo que normalmente soy. Por eso es que este blog necesitaba, para compensar mi escritura, al menos un ejemplo de un Don Solaris mas humano y menos cabreado. Porque si bien es cierto que puedo ser el gran cascarrabias, tengo -muy a mi pesar- una naturaleza romántica que a veces puede llegar a rozar la cursilería. Por ello me disculpo de antemano y espero no se me tenga en cuenta mi escapada al terreno de lo emotivo y sensiblero.

Este es la última entrada en mi blog New York- Ushuaia. Lo triste es que es el final de una etapa. Lo fascinante es que es el principio de una nueva. Y si algo he aprendido en este viaje es que lo importante no es terminar, sino comenzar. Partir, no llegar. En resumen: Cambiar.

Puedo pasarme horas intentado describir lo que me movió a emprender este viaje, y lo que hierve dentro de mi cuando pienso en el siguiente. Y posiblemente quedaría hasta decente, me explayaría con un par de parrafadas y me iría a la cama todo satisfecho habiendo maltratado el lenguaje una vez mas. Pero ni me apetece ni creo que ni mil palabras ni mil imágenes describirían mejor la verdadera razón por la que arranqué a la Roro en Octubre de 2012 con destino Ushuaia y la próxima vez que decida largarme, que la frase que tan grácilmente me permito robar al que entonces todavía se llamaba Ernesto Guevara. Tan simple como seis palabras, ni mas ni menos:

El incansable amor por la ruta.


New York - Ushuaia from Don Solaris on Vimeo.
Haz click en "vimeo" para verlo en HD en la web de Vimeo.

Friday, March 15, 2013

Vida después de Ushuaia


En época medieval se tenía la idea de que el fin del mundo llegaba cuando se alcanzaba la linea del horizonte, y al ser el mundo plano, los barcos caían a una especie de abismo cósmico. Hoy en día uno llega al fin del mundo y no se cae a ningún agujero, y ni mucho menos perece en la negra inmensidad de la nada. El fin del mundo, también llamado Ushuaia, es una ciudad muy mona al mas puro estilo suizo, rodeada de pintorescas montañas nevadas por detrás y la bahía de no se qué por delante. Al ser el centro urbano situado mas al sur del continente y puerto de salida para la Antártida, se ha convertido recientemente en un destino turístico visitado anualmente por cientos de vagos sedientos de avistamiento de pingüinos y viajeros moteros/bicicleteros que vienen, en la mayor parte de los casos, del otro extremo continental. Ushuaia no tiene mas interés que otra ciudad bonita de la Patagonia argentina. 
Que mono, con lacito rosa incluido.

Absurdamente cara y repleta de tiendas de souvenirs donde uno encuentra la felicidad si el objeto mas preciado de su vida son los pingüinos de peluche con lacito rosa anudado al pico, no sorprende que el sentimiento generalizado de los viajeros cuando arriban a sus costas no sea otro que una desolación y un vacío espiritual que ningún asado mojado en Cabernet puede llenar. Amigo lector (y digo amigo porque quién en sus cabales leería esto si no me tiene cierto afecto), amigo lector no se asuste, este no será el típico post aburrido que relata una vez mas las bondades del viaje y la tristeza del viajero al llegar a la meta. Queda dolorosamente confirmado al llegar a Ushuaia que lo importante es el camino y no el destino, así que no me explayaré mas sobre el tema.

Escribo estos párrafos en el Ferry que me está transportando a Puerto Montt, en Chile, desde Puerto Natales en la Patagonia. El objetivo de usar este medio de transporte es principalmente ahorrarme cuatro días de rodada congelandome el culo y luchando contra los terribles vientos del sur de la Argentina. 

La Bahia de Ushuaia, a unos 1000km de la Antártida.

Como buen y lamentable burgués que estoy hecho pensé que me vendrían bien cuatro días de no hacer nada y dejar que me alimenten mientras Roro es plácidamente transportada en una bodega unos 3000km que de otra forma tendría que asumir quemando nafta y goma. Y ya no le queda mas goma que quemar pues la rueda trasera, después de mas de 25.000 kilómetros, está mas lisa y suave que el culo de un bebé después de la aplicación de los consabidos polvos de talco. Zarpamos ayer por la noche. Este es un barco grande, no tanto como una de esas bestias de lujo de la Transmediterranea pero sí lo suficiente como para albergar a mas de mil mochileros malolientes y familias algo más preocupadas por la higiene. Nos alimentan como a ganado humano, hacemos cola para recibir el rancho diario cuando un timbre suena por los altavoces. El abrevadero hace las veces de cine y sala de charlas, donde supuestamente se darán conferencias sobre la naturaleza patagónica y los animalitos que la pueblan. Tal es el afán de entretener a las ovejas que el pastor ha organizado hasta una noche de karaoke. Me muero por cantar la de "Por el amor de una mujer", de Julio Iglesias, mientras dos pasajeros preferiblemente de raza asiática roncan pretendiendo escucharme. No es racismo, es la imagen que se me viene a la cabeza cuando pienso en karaoke, tópico lamentable pero basado, como todos los tópicos, en una realidad. 

Fue durante la ingesta de lo que irónicamente llaman almuerzo aquí, que se me ocurrió algo. Estaba hojeando una de estas revistas insustanciales que envenenan al lector con chismes de Hollywood y tediosas crónicas sobre el último estreno del Peter Jackson, el tipo que amasa fortunas llevando al cine los soporíferos libros de Tolkien, cuando mi mano se detuvo en una de las hojas al ver una foto muy pequeña de un momento del rodaje de "The Shinning". Stanley Kubrick y Jack Nicholson trabajando. Y ya está, me jodió el día. Viendo a estas dos personas, y sobre todo a Stanley a quien admiro profundamente, se me rompió el equilibrio causado por la ebriedad intelectual que la pasividad que un viaje en barco de este tipo causa. 

Mi cerebro, convertido en anquilosada ameba putrefacta vuelve a la vida y me saca del paraíso de la vagancia mental en que tan ricamente me había sumido desde ayer por la noche. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no me importa tres cojones toda esta gente que devora con fruición el anodino filete de lomo con arroz que el malvado cocinero nos ha obsequiado hoy. Casi todos están visiblemente excitados y alegres, inmersos en conversaciones que deben de ser muy divertidas pues ríen constantemente. El único aburrido de la fiesta es aquí Don Solaris. Será la depresión post-viaje? O que la Roro está ahí abajo en la bodega y me siento solo? O quizá sea algo mucho mas simple: que estoy en este barco cuando donde me gustaría estar es en el rodaje de "The Shinning", trabajando mano a mano con Stanley y Jack Nicholson?


The Shinning.

Todos admiramos a alguien. Desgraciadamente el estándar de admiración ha cambiado en los últimos diez o quince años, no siendo los logros culturales o científicos una medida a tener en cuenta ya, sino mas bien las idioteces y trivialidades del gilipollas de turno que sale en la televisión. Cuanto mas idiota, mas venerado es. En esta exaltación de la subnormalidad es que vivimos en esta primera mitad del siglo XXI, lo que me provocaría cierta vergüenza si no fuera porque yo no decidí ser parte de esta raza que llamamos humana. Si nos visitan los aliens y se descojonan de la risa viendo como el fútbol afecta el ánimo de millones de seres, no es mi problema. Además seguramente los marcianos también tienen algún tipo de deporte imbécil con el que se entretienen los Domingos. 

En estos cuatro insulsos días de asueto marinero he tenido bastante tiempo para pensar en mi viaje. Si bien es demasiado pronto para sacar conclusiones del tipo emocional-romántico, el terreno práctico ha sido bastante mas fácil de analizar y ya puedo elaborar un listado de lo que he aprendido y de las meteduras de pata de motero amateur que soy. Entiendase amateur como alguien que sólo se ha recorrido el continente Americano de Este a Oeste en la parte de Estados Unidos (Nueva York-Los Angeles) y de Norte a Sur (Nueva York-Ushuaia), recorriendo una distancia total de unos 50.000 kilómetros:

1- Menos es mas. Es decir, menos peso. Realmente necesito un saco de dormir que aguanta 50 grados bajo cero? Cuatro botes de lubricante para la cadena? Cuatro cámaras de repuesto? Herramientas suficientes para desmontar el motor del transbordador espacial?
Tiendo a pensar, cuando salgo de viaje, que me voy siempre a un lugar tan remoto en la tierra que si se me acaba la pasta de dientes estoy jodido. En América, en todo el continente incluso en las partes mas remotas de la Patagonia, se encuentra pasta de dientes, y lubricante de cadena, y bombillas, y material de camping. Cuando se acaba el bote se puede comprar otro. Es raro pinchar dos ruedas en el mismo día, así que cargar con cuatro cámaras de repuesto es una locura. Inflador eléctrico y manual, por si se rompe el eléctrico… demasiadas precauciones, creo que no compensa. Cada gramo es importante, y hay que llegar a un equilibrio entre minimizar riesgos y cargar con mas mierda que un escarabajo pelotero. Ni tanto ni tan poco.

2- Empacado del material de video y fotografía: La cámara y el trípode deberían estar siempre en un lugar accesible, aunque eso suponga un mayor riesgo de pérdida del material por accidente o robo. Es absurdo llevar una EOS 5D y lentes por valor de 7000 dólares si luego tomo la mayoría de las fotos con el puto Iphone porque lo tengo mas a mano. Una bolsa sobre el tanque de gasolina donde llevar lo que mas utilizo sería una buena solución, pero tal y como está la Roro hecha el tanque no da para muchas libertades de carga. Lo que me lleva al siguiente punto:

3- Una moto "Custom", como se le llama en España, o "Cruiser" como se le llama en USA, o "Chopera" como se le llama en Sudamérica, es perfecta para las carreteras bien pavimentadas de un país como Estados Unidos, pero es una limitación en países en donde se alcanza lo mas interesante por carreteras de tierra, ripio, terracería y demás agresiones a las pobre ruedas de mi Vulcan 500. No es que no pueda rodar por esas pistas, es que no las disfruto. La constante preocupación de que algo se rompa, la vibración extrema por una amortiguación no preparada para eso, unas cubiertas extremadamente resbaladizas… 
En Estados Unidos uno coge un mapa, elige la carretera mas local que encuentra, que te lleva a pueblitos abandonados fascinantes, y puedes estar seguro de que estará perfectamente pavimentada y que nunca te quedarás sin gasolina. No se puede decir lo mismo de Bolivia, Perú o Argentina. Una de las cosas que me revienta de viajar es el encuentro permanente con mochileros, turistas y familias veraneantes. En mi viaje por Estados Unidos de océano a océano me encontré con muy pocos turistas. En Centro y Sudamérica es muy difícil librarse de las hordas de domingueros que asolan todo pueblito que la guía Lonely Planet menciona, y los maricones del Lonely Planet han estado en casi todos sitios. La única manera de librarse de estos seres humanos ruidosos y molestos es aventurarse por caminos que no hacen tan sencillo el transporte del ganado europeo-gringo. Para ello es importante usar una herramienta pensada y fabricada para trotar por estos caminos. Mi Roro será siempre mi moto para viajar por Norteamérica, donde uno puede huir de la gente rodando por carreteras perdidas pero civilizadamente pavimentadas. Pero para otros terrenos… necesitaré otra máquina.

4- En última instancia de lo que se trata es de disfrutar, porque nadie me paga por esto (de momento…) Sufrir es parte de la aventura, y como tal es un sufrimiento agradecido. Cuando la moto se te cae en el barro la primera semana de viaje hasta puede que te rías. Cuando se te cae en el quinto mes de viaje te cagas en todos los muertos del que inventó el motociclismo. Es conveniente no cagarse demasiadas veces en nadie, porque eso es signo inequívoco de que algo va mal y que la experiencia está siendo mas dolorosa que otra cosa. El cabreo cierra las puertas de la percepción, y se deja de aprender. Y entonces sí que no tiene ningún sentido seguir visitando lugares nuevos que no llegarás a conocer porque tu receptividad está en, como decía mi padre cuando de niño me enrabiaba, en "output only". No es que me esté pasando esto ahora, pero sí ha habido momentos que me he dado cuenta de que estaba muy cerca de entrar en el modo "output only". Lo que he aprendido es que o bien uno le da al interruptor y cambia el modo, o mejor te vuelves a casa. Y esto me lleva al último punto:

5- Cinco meses de viaje es demasiado tiempo. Llega un momento, y esto obviamente depende de cada cual, que uno empieza a estar hasta la polla de dormir en el suelo o en camas de hostales cutres. De comer mal. De conversaciones típicas con otros viajeros -a donde vas, de donde vienes- De no ver a tus amigos, a tu familia. De no tener una tarde de no hacer nada en casa. En fin, de no vivir una vida medio normal. Entiéndase que es precisamente la vida medio normal de la que estaba huyendo cuando comencé mi viaje. La burbuja de la comodidad, del sofá y de la tele. Esa burbuja mata, lentamente, pero antes o después acaba con todo. Pero viajar constantemente también mata. El equilibrio es lo único razonable, y creo que mas de tres o cuatro meses en la carretera rompen un poco con ese equilibrio. Cuando uno empieza a echar de menos su casa quizá sea el momento de volver. Cuando uno empieza a echar de menos la carretera quizá es el momento de arrancar la moto y largarse. Encontrar el equilibrio es una tarea inmensamente mas dura que llegar a Ushuaia, pero no creo que sea imposible.
Roro, cargada como siempre hasta arriba, en Tierra del Fuego.

Terminado el listado y reflexiones de lo que he aprendido en este viaje, (vendrán mas, porque todavía me quedan dos días de navegación hasta Puerto Montt) ahora me dan ganas de bajar a la bodega a ver como está mi querida Roro, pero temo que me de pena verla ahí atada y tener que subir con su imagen en mi cabeza a la sala de borregos, perdón el "cafe-lounge" del puente de estribor. He confirmado que cuando estoy triste o de mala hostia, o ambos estados a la vez -lo que es frecuente- se me pasa instantáneamente cuando me subo a la moto. Es como una terapia de choque pero mas intensa. Incluso si llueve y me estoy abriendo paso por infinitos charcos llenos de barro, como me pasó a la vuelta de Ushuaia, no es cabreo ni frustración lo que siento. Puede ser incomodidad, frío, puede que me cague en los mil muertos del fabricante de esta chaqueta que debería ser resistente al agua y siempre gotea por dentro en el lado izquierdo. Puede incluso que se me lleven los demonios cuando me tengo que quedar a dormir en medio de la nada porque la única gasolinera en 300km a la redonda se ha quedado sin combustible. Pero es otro tipo de sentimiento, muy distinto al que me embargó hoy durante la comida, cuando vi la foto del rodaje de "The Shinning", y a Kubrick trabajando. La bofetada en la boca que es darse cuenta de que uno no está en el lugar donde debería estar, eso es lo que me frustra. Es sólo cuando ruedo (con la cámara) o edito mis trabajos, y cuando ruedo encima de la Roro que siento que estoy donde debería estar. Tiene gracia que ambos momentos sean definidos con el verbo "rodar". Rodar, opuestamente a permanecer parado. Rodar como sinónimo de hacer, de mover, de crear. De vivir, supongo. Rodar como lo opuesto al aburrimiento, como aquello que me da vida, que le da un sentido a mi minúscula existencia. 

Cuando describo a los demás pasajeros y a los turistas varios como ganado lo más fácil es tacharme de elitista gilipollas. Gilipollas si, estoy de acuerdo, pero no elitista. Un elitista piensa que él es mejor que los demás. A mi sencillamente me aburre la gente, como grupo indefinido, como masa informe de huesos y carne. Las personas no me aburren. La gente me parece idiota, pero amo a las personas. No espero que esto se pueda entender, no lo entiendo ni yo. Al fin y al cabo yo soy el mejor ejemplo de esta paradoja emocional: me amo con locura a mi mismo a la vez que no me soporto. Ayer, aburrido, me puse a ver fotos en el Ipod, este aparatito que sirve para todo especialmente para convertir nuestras neuronas en material de deshecho. Me paré a observar una que me mando mi madre de cuando era bebé. La expresión de mi rostro me encanta, es el Don Solaris antes de que el mundo se le eche encima. Con un corazón todo blandito, antes de la costra que se hace ahí, entre ventrículo derecho e izquierdo, cuando uno crece. 
Don Solaris sujetando el manillar de una moto imaginaria.

Será por eso que la gente tiene hijos? Una vez que el corazón se ha endurecido tanto que ya no se tiene acceso a él, qué mejor que tener un hijo que se parece a ti y te recuerda que tu también fuiste blandito y sin costra ventricular un día hace muchos años? Parece que todo el mundo se ha puesto a procrear últimamente. Casi todos los días recibo una noticia de algún amigo que activamente se ha puesto a manufacturar una de estas criaturas. A veces me dan ganas de hacer lo mismo. Pero el precio es tan alto que dudo de si merece la pena. Por no hablar de lo cruel de traer a un niño a este mundo, pero ese discurso está tan manido que me aburre hasta escribir sobre ello, y este post ya es suficientemente aburrido. A ver si me caigo de la moto o pincho o me aplasta un camión y puedo escribir sobre algo un poco mas entretenido la próxima vez, aunque sólo sea para entretener a mis colegas moteros, a los que dicho sea de paso debo mi energía para escribir todas mis tonterías pues a parte de familia y algún amigo despistado son los que pacientemente me leen cada vez que escribo algo.

Vida después de Ushuaia, es el título de este post. Y ahora qué? No deberían dar la felicidad los sueños una vez cumplidos? No será que los sueños, como decía Calderón, sueños son y como tal deberían permanecer? Y si, al perseguirlos, uno es duramente castigado con la infelicidad, pues al cumplir un sueño se rompe con una especie de balance universal del cosmos? Quizá debería quedarme en casa viendo la tele, y dejar mis sueños aparcados, pues mientras sigan ahí, sin hacerse realidad, será mas fácil ser feliz.

Pensandolo bien, que le den por culo al balance universal, al cosmos y a la felicidad. La Roro es muy exigente, y el día que deje de perseguir mis sueños me dejará por otro. Y eso si que no.


Llegamos.
A 100km de Ushuaia, un verdadero paraíso.





















El Estrecho de Magallanes. Al fondo, Tierra del Fuego.

Llegando a Ushuaia.

Un delfín.


Clase de nudos marineros en el Ferry...

...Para ahorcarte cuando ya no aguantas mas tonterías.
La sala de control del Evangelistas



Un café caliente para el frío Patagónico.

La proa del Ferry de noche se parecía mas a una nave espacial que a un barco.

Nunca vi tanta cámara junta.








Valaparaiso, otra vez será.



Llegué a España sin darme cuenta a través de una puerta espacio-temporal.


Vida después de Ushuaia?







Friday, March 8, 2013

The unseemly death of a bee.

It’s the story of a bee who we’ll call by the bug name: Maya. Maya was born one January morning and she was quite pretty. The main problem with being born in a hive is that if you’re not the Queen, you’re one of the workers. Maya’s blood wasn’t blue and this lack of lineage meant immediate recruitment on the selfless hordes caring for the community.

Maya doesn’t have free weekends, she’s on duty every holiday and doesn’t have the incentive of a cold one at the end of her shift. The hive has no mall or internet service, so Maya’s social, or virtual, or real life for that matter, is non-existent. Maya has no dreams for the future and doesn’t drown her sorrows, because there are no sorrows or corner bars at the hive. One day, Maya goes out on reconnaissance, to pollinate or whatever bee chores were assigned to her that morning, and in the lapse of a microsecond she dies, splattered across my helmet.

Quoting Boris Yellnikoff: “ In the vast, black, unspeakably violent and indifferent Universe, and through an astronomicalconcatenation of circumstances, our paths cross” Maya’s and mine… and she dies. I wipe the helmet’s face-shield with my glove, which is something you should never do because the smeared parts are worse than the initial bit of dead bee than would eventually dry up and fall off.

Boris Yellnikoff in "Whatever works"

Maya never anticipated her death, she probably wasn’t even conscious of her very existence. I’m different. As a human biker I anticipate my death innumerable times when I’m on the road. Had I failed to do this, I would already be experiencing the great unknown, propelled onto that journey by a Peruvian truck, my mortal limbs scattered on some hilly road.
Anticipating a cow's moves.




We humans have the capacity to anticipate things in a matter of seconds, which comes in handy in extreme circumstances such as riding along certain South American roads. This guarantees we’ll be able to tell our grandchildren about our little battles someday (it bothers me not to have kids because that basically means I’ll never have grandkids).

Anticipating stuff has saved me countless times, and that’s the good side of that heartless bitch. I cuss her because she deserves it, considering Ms. Anticipation mostly ruins it for real life. Reality is never as intense as the anticipation of it. When you’re planning to go away on vacation, what’s the best part? The planning, that last day at work when you’re super excited about all the wonderful things you’ll do when you’re away those few days. The anticipation of something good to come generates big expectations that are rarely fulfilled. Reality is always duller than our imagination. Even when it comes to anticipating suffering, or pain, the idea of it is a thousand times more intense than the real thing when it arrives, and in turn, way more interesting.

Let’s take the anticipation of death. You always imagine yourself dying a dignified and noble death, even heroic. Poor little Maya died a sudden death at the hands of a passing biker, I can’t imagine a more unseemly death than hers. She’s just an insect, you’d say, not a big deal. But what about those who fall victim to stupid accidents everyday: The lady who dies of gas intoxication because she didn’t turn off the pilot; the man who crashes while taking his kids camping because some idiot decided to pass a truck on an uneven hill; the guy who dies of a heart attack because he decided to take the stairs; the kid who got too close to the edge of the pool; the aneurism that was caused by a paid orgasm (that one’s not so bad, actually); the douche who electrocuted himself while jerking off at the shower because he placed the ‘romantic lamp’ too close to the border; the girl who was crushed by a stampede of bride-to-be’s at a Bridal gown super sale; the guy who dies of a Viagra overdose.
Most people die in the most absurd ways, but no one anticipates the joke. This is why “to be realistic” is the worst advice anyone can give, because reality is boring enough as it is. I say, let people have their fantasies.

I arrived at Nazca, Peru a few days ago, excited to know that I’d be able to see the famous lines of which no one has been able to figure out origin or reason. For years my idea of Nazca was that of a magical place and the anticipation of finally seeing it created huge expectations. When I finally got to see the lines, from the air, that heartless bitch (anticipation) had its way with me.

Flying over the Nazca lines.
The plane took off and when we were flying over the lines they looked miniscule. The plane has to be really high up, something about license regulations, and even though the drawings are truly enormous, at such altitude they become tiny. This makes me think that the whole theory of them being made to be seen from space is bullshit. They are spectacular, it just wasn’t spectacular to see them that day. They were too far away.

I didn’t snap a single picture of the drawings, because I don’t like to take pictures from a great distance. In my opinion, photographs should be taken at close range. I’ve always known it, and it’s always been a challenge because I feel like an intruder every time I get too close to a stranger that I want to capture with my camera. I still try, though.

I was in Lima when I had the opportunity to not only meet but also see a truly professional at work: Rodrigo Abd, a photographer from the Associated Press.

Rodrigo Abd
Rodrigo gets close to people, takes their picture and smiles. I was with him for a full day while he worked and didn’t see anyone complain. There’s this aura of friendliness around him. But he says that it doesn’t always work and there have been occasions when it’s taken him time to be accepted, he’s had to spend a few days living among a certain community, making friends, before he can take the first photo. But he succeeds and he has a true eye that captures the story he wants to tell. Rodrigo says he’s a journalist first and a photographer second. He doesn’t think he has a good eye, and says that’s why he takes thousands of photos not knowing what he’s doing. No matter what he says, the results are astonishing.


He has the balls to enter war zones and capture the tragedies of armed conflicts in a unique way. And that’s not even what really moves him. What he loves is to follow a story that’s never been told, infiltrate an environment that’s never seen a photographer up-close. That’s the thing: up-close. The only pictures taken with a telephoto lens I respect is of birds in their natural habitat, quite tedious. You obviously need to be sensitive to human idiosyncrasies to get close to people without getting slapped in the face. Rodrigo knows how to do it, he’s almost a psychologist, and he has my deep admiration for that… and for his aesthetic eye.

Most people seem to think the lines of Nazca were drawn to be seen from afar. “They’re really big drawings and you can’t understand them when looking from the ground. So, the obvious explanation is they were made to be seen from the air”. The more I think about this, the more I think is a stupid conclusion. The Incas were definite megalomaniacs, I’m sure the pre-Incas were as well. Those drawings may owe their size to the sheer desire of making something gigantic, something that would express the grandiosity of their civilization. The European idea that the Incas had help from aliens to create the lines makes some sense. Especially those that are very geometric and suggest “landing strips”, and another one known by the very unimaginative name “the Astronaut”

The "Astronaut"
I’d rather think that the size of these drawings has nothing to do with E.T. and his pals at the phone company, and more to do with this people’s unprecedented artistic capacity. They made them so big so as to be near their creation. To experience it up-close, not from afar.

Poor little Maya died when we crossed paths because she couldn’t anticipate the crash. Mainly because she was a little insect and lacked a somewhat developed brain like that of a human. She got too close to my helmet and that was the end of her. I, on the other hand, can use my capacity of anticipation to understand the value of proximity. As a thinking human being, I want to imagine that the lines of Nazca were built by artists that, like me, thought proximity was something important. I say this, of course, because I’m a true egocentric and I want to think that my opinions are the most relevant and appropriate. But aren’t they?




Three graves in the desert, near Nazca


Time to fly

A view from the aircraft



With Rodrigo

Leaving Nazca behind and going to Cuzco


Diego, a shepherd on the way to Cuzco

Rodrigo gets wet to get a good photo


Arriving at Nazca


Close, always close


Arriving at Cuzco, saluting the Andes

Photojournalist


































Tuesday, March 5, 2013

A un tiro de piedra de Ushuaia


Bueno, en realidad a 590 kilómetros. Pero después de haber recorrido unos 25.000 en los últimos cinco meses, 590 se sienten como mas cerca que la panadería de la esquina, allá donde de niño era enviado para comprar el pan y lidiar con Chema, aquel gilipollas de panadero que me hacía la vida imposible. Era aquella la época en que, a parte de ir a por pan, me pasaba horas hojeando el mapamundi de la enciclopedia de mis padres. Me fascinaba imaginar esos remotos lugares, y en un flash de romanticismo temprano soñaba con esos nombres que tan misteriosos me parecían: El estrecho de Magallanes… el Cabo de Hornos… la Tierra del Fuego… Ushuaia. No podía ni imaginar que algún día, 30 años después, estaría a un día de viaje de Ushuaia después de haber viajado en moto por todo el continente Americano.  Sobre todo teniendo en cuenta que tan sólo ir a la panadería del necio de Chema ya suponía un largo periplo para mis infantiles -y vagos- pies.


Será un día duro sin embargo: dos cruces fronterizos (la isla de Tierra de Fuego está compartida entre Chile y Argentina), mas de 100 kilómetros de ripio -esas putas piedritas que tan agradable hacen el camino- y un ferry para cruzar el Estrecho de Magallanes que no tengo idea de a las horas a las que sale ni lo que cuesta. Es posible que se me haga tarde y tenga que hacer noche en el camino, pero intentaré echar los higadillos y llegar antes de que anochezca. 

Es increíble que esté tan cerca del final. En realidad no es el final claro, pues todavía faltarán como 3000 kilómetros para ir rumbo norte de vuelta a Santiago de Chile (o Buenos Aires), donde montaré a la Roro y a mi menda en un avión que nos lleve de vuelta a casa. Pero no obstante lo interiorizo como el final, el sueño finalmente cumplido de recorrer el continente Americano de Norte a Sur (la parte de Canadá y Alaska la dejaré para otro vez). Una mezcla de sentimientos encontrados van a ser los culpables de, posiblemente, el par de pesadillas que me visitarán esta noche. Aunque racionalmente soy consciente de que todo en mí debería ser jolgorio y alegría por vencer las adversidades que un viaje de este tipo siempre conlleva, y estar orgulloso de mi mismo por afrontar el desafío y lograr llegar al destino propuesto… no puedo evitar sentir una cierta tristeza al imaginar el fin del camino. El fin de la carretera es el fin de todo lo que significa viajar, de las intensas experiencias que uno vive en la ruta. Es un tópico aburrido decir que lo importante no es el destino sino el viaje, pero no por eso menos cierto. Y cuando se acaba la carretera, se acaba el viaje, se acaba lo bueno y uno debe volver al tedio de la vida sedentaria. Vida que por supuesto echo de menos y mas feliz que una perdiz estaré cuando por fin pueda dormir en mi tan añorada cama, pero estoy seguro de que no pasará un mes hasta que empiece a soñar con el próximo viaje. Que coño, ya estoy soñando con el próximo viaje. 

En cualquier caso todo esto no es mas que palabrería pues no he llegado todavía a Ushuaia y no se lo que sentiré ni lo que se me pasará por ésta tan bella como enferma cabeza que tengo. No tengo internet en este cutre y estúpidamente caro hostal donde estoy escribiendo, así que no habrá fotos en este post. Mis disculpas. Espero sólo que la gasolinera donde pare mañana antes de salir de esta ciudad tenga un Wi-Fi decente como para subir este aburrida misiva tan falta de esa ironía, chistes baratos, referencias a series ochentenas de televisión y adjetivos ingeniosos que caracterizan mi escritura. 

Si todo va bien la próxima vez que escriba será desde la Tierra del Fuego, ciudad de Ushuaia. Me cuesta creer que esté tan cerca del fin del mundo. Pesadillas, sean ustedes benevolentes conmigo esta noche. 


Llegaremos hoy?

Monday, February 25, 2013

Un lugar en el mundo


He llegado al parque Nacional Sierra de las Quijadas demasiado temprano. Montando la tienda de campaña siento como el sol brutal insiste en castigar mi piel y tengo que hacer el ensamblaje por etapas, resguardandome a la sombra de un tejadillo construido en la zona de acampada con el objetivo de, supongo, prevenir que los inconscientes campistas mueran de insolación acelerada. La cantidad de bichos voladores es pasmosa, he intentado echar una siesta pero es imposible conciliar el sueño con el revoloteo incansable de estas avispas de tamaño gigantesco que me rondan la oreja como si se tratase del centro comercial de moda. La última vez que acampé fue en Estados Unidos, al principio del viaje. Estoy ahora en Argentina, unos cuantos miles de kilómetros mas lejos… Así que he paseado la maldita tienda y el saco de dormir por toda centro y Sudamérica como quien pasea un perrito con ansias de ver mundo. No se si por vagancia o por miedo a la inseguridad que no he decidido a acampar hasta rodar en suelo argentino. Posiblemente sea una ilusión fantasiosa pero en este país me siento mas seguro que en ninguno de los que he pisado en mi viaje. Me recuerda mas a España, creo, y quizá sea esa la razón por la que me siento mas protegido. Menuda estupidez por otra parte, pues ni España es un lugar mas seguro que ningún país de Sudamerica y yo ni siquiera vivo en España. En fin, el caso es que aquí estoy, acampado y esperando a que el violento astro se ponga y me ofrezca una maravillosa y enternecedora puesta de sol en el mirador del parque, el mismo sitio donde el personaje encarnado por Federico Luppi en la película "Un lugar en el mundo" sintió haber encontrado su lugar.


Federico Luppi (Mario) en "Un Lugar en el Mundo"
De hecho esa es la razón fundamental por la que he parado aquí. Sin duda las A.A.G. (Avispas de Aspecto Gigantesco) no es lo que me ha movido a visitar el parquecito de marras. Resulta que la mencionada película me causó una profunda impresión cuando la vi con mis tiernos y adolescentes ojos, allá por los años 90, y habiéndose rodado en la comunidad de San Luis -Argentina- y pillarme mas o menos de paso en mi ruta hacia Ushuaia pensé que estaría bien visitar los lugares donde se creó esta fábula mitad historia romántica-mitad panfleto socialista que tanta mella hizo en el joven corazoncito de Don Solaris. Después de dejarme mis bellísimas retinas operadas a punta de láser en la pantalla del portátil buscando un maldito forum de frikis cinéfilos en el que se especificaran las localizaciones de la filmación y una guía paso a paso de como llegar, no encontré mas que el nombre de un pueblo. Entusiasmado por al menos saber de uno de los lugares donde Aristarain rodó su historia, enfilé mi paciente trasero y a mi querida Roro a la comunidad de Santa Rosa del Quinlara. 


Ernesto y Hans celebran ganar la carrera al tren.
Allí, Ernesto -el protagonista y voz en off- hacía carreras con su caballo Duncan al tren, consistiendo este entretenido pasatiempo en hacer galopar a la pobre bestia en una pista de tierra paralela al sendero férreo, con el sano objetivo de llegar segundos antes que la máquina al cruce de la carretera con las vías y pasar al otro lado evitando ser aplastado por el tren por escasos segundos, con el consiguiente cabreo del maquinista y la satisfacción del ganador. Hace 20 años que se rodó la película, y unos 20 años que se dejó de utilizar ese servicio de tren que transportaba a los pasajeros entre la ciudad de Mendoza y Buenos Aires. Las vías están ahora prácticamente escondidas, habiendo sufrido una invasión de insolentes hierbajos y tierra, aunque en algunos sitios todavía sobreviven. La estación permanece todavía en pie, y es ahora la casa particular de la familia Gonzalez. Esta gente encantadora no sólo me dejó entrar en su propiedad para ver la estación, sino que me ofrecieron de beber y hasta la señora de la casa me obsequió con unos huevos puestos por las gallinas que, curiosamente, viven en un corral encima de las vías. Sobra decir que estos son los huevos mas ecológicos-orgánicos-de corral-felices como perdices- que he comido nunca. Al cabo de unos minutos de conversación con esta familia ya me había olvidado de la razón de mi visita. Sí, habían visto la película. Sí, estaban allí cuando se rodó. Pero estaban tan interesados en la historia de mi viaje que el tema de conversación cambió rápidamente de "Un lugar en el mundo" a "Los viajes de Don Solaris y Roro". Al rato, el sol cayó sobre las olvidadas vías de tren y me marché con tres huevos cocidos, un par de melocotones y el corazón un poco mas grande dejando a mi espalda aquella antigua estación de ferrocarril donde el personaje de Hans conoce por primera vez a Ernesto, y 20 años mas tarde yo había conocido a la familia Gonzalez.


La antigua estación de Santa Rosa.

La amabilidad y hospitalidad de la gente me sigue sorprendiendo, y no acabo de entender por qué. Mi experiencia personal desmiente la idea de que todo el mundo, como decía mi antiguo amigo Roberto, son unos hijos de la gran puta desalmados y hay que masacrar a sus crías. Eso lo veo en las noticias todos los días, si, pero no en mi vida cotidiana. Al menos no en este viaje. Me pregunto si la idea de la hijoputez de la gente estará tan marcada a fuego en mi alma que por mucho que mis experiencias personales la contradigan seguirá insistiendo y apoyando la idea hobbesiana "el hombre es un lobo para el hombre", y todo lo contrario no es mas que una rareza y digno de ser admirado como algo excepcional. En cualquier caso me he desviado del tema de este post, la película "Un lugar en el mundo". Decía que es en esa estación donde Hans, encarnado por el gran actor José Sacristán llega por primera vez a la comunidad de Santa Rosa del Quinlara.

Hans, el geólogo.

Hans es geólogo y tiene una luz especial para ver el alma de las piedras (piebras, que diría una antigua profesora mía con un par de tics muy molestos y un par de, en fin, no tan molestas). Mostrándole a un grupo de niños con esa luz ultravioleta el prodigioso interior de las piedras, especifica que con las personas no sirve. En mi opinión Hans no necesita ninguna luz para ver el alma de la gente. El tipo es un cínico de cojones y cree que en un mundo sin escrúpulos "al Sur del río grande", la única opción razonable es luchar por uno mismo. Su facilidad para ver el interior de la gente hace que sus principios cambien, en un día que él califica irónicamente como "un mal día". Hans Envidia a Mario (Luppi) por ser éste un "frontera", es decir alguien que no ha sido corrompido todavía, una persona con ideales firmes y que lucha por ellos cada día. Envidia la falta de cinismo y la voluntad por seguir adelante en un mundo que no hace sino pegarte patadas en dirección opuesta. Le admira profundamente por su coherencia y sus principios, su firmeza y su constancia. Hans se rindió, como tantos hacemos a veces, a esa realidad tan dura que el mundo nos muestra tantas veces: Mas vale que no perdamos el tiempo en otra cosa que preocuparnos por nosotros mismos porque nada merece la pena, la batalla está perdida antes de comenzar. El cinismo es una cualidad que se adquiere con los años. Es lo que en otras palabras definíamos, cuando éramos niños y con ese inaguantable tonito pueril que en las comedias de situación queda tan tierno, como el "hacerse mayor". Es una respuesta muy humana y basada en el instinto de supervivencia, una forma de protegerse contra las hostias que nos propina la vida. Ser idealista cuando uno es joven es fácil. Lo jodido es ser un idealista después de haber recibido bofetada tras bofetada durante varios años seguidos. Por eso no hay tantos "fronteras" en el mundo. Es demasiado doloroso. 

Mario, en el paraje árido y desolado de San Luis, afirma haber encontrado su lugar en el mundo. Esa última escena fue la que Aristarain rodó en el parque de las Quijadas, donde hoy llegué y el sol me abrasó mientras montaba la aburrida tienda de campaña. Hay algo en ese espacio, lejos del lugar de nacimiento de Mario, que le lleva a la conclusión de haber encontrado la tierra donde vivirá el resto de su vida, y donde morirá. La mayoría de la gente muere en el mismo lugar donde nació. No sienten la necesidad de encontrar otro sitio, o mas bien no tienen la capacidad de salir a buscarlo. Bien por comodidad, por razones económicas, familiares o vete tu a saber, la gran mayoría de los seres humanos nacen, viven, se reproducen y -como el Cucal aerosol hace con las cucarachas- mueren en la misma ciudad, y mas de uno en el mismo barrio. Luego hay otros, como el personaje interpretado por Luppi y el que subscribe, que no sienten la ciudad donde nacieron como su lugar. Y deciden probar en otros sitios, en un constante peregrinar por el mundo, en busca de un emplazamiento que les haga sentir "en casa". No se si ese es el propósito de mi viaje, o si es incluso realista pensar que a estas alturas voy a encontrar el sitio ideal que me haga sentir que por fin estoy en casa, que no soy un inmigrante. El problema es que buscando y buscando a uno se le pasa la vida. Pensando en como vivir tu vida, se te pasa la vida. Imaginando, soñando en tu vida ideal se te pasa la vida real y cuando te quieres dar cuenta estás hecho un anciano al que hay que cambiar los dodotis cada vez que se caga encima. Y luego te mueres, y ya. Bueno si, el tema de la vida eterna es un consuelo para los creyentes. Pero bajo el supuesto de que el asunto divino sea una invención humana (y todo indica a que así es) y no haya ni recibimiento de la familia bendita ni banquete celestial ni -en el caso del Islam- putas gratis, uno se muere y punto. La vida se le fue de las manos mientras soñaba con vivir una vida perfecta. 

Algo me da miedo, y es que la vida se me pase buscando mi lugar en el mundo. Además, pensándolo bien, creo que sería una putada encontrarlo, pues una vez allí, que excusa tendría para seguir viajando? 


Don Solaris emulando a Federico Luppi en la Sierra de las Quijadas, San Luis, Argentina.
Roro, como el caballo Duncan.
Hans, Mario y Ernesto.











La hierba va invadiendo las vías.
Luz lunar en un lugar en el mundo.